2005-07-11

Lo que es la vida, según Seneca

Vivir, Lucilio mío, es combatir, ha dicho este filósofo. La vida es la guerra: cada día una batalla, cada acción ordinaria una acometida. Los hombres no somos hermanos, somos enemigos; y si somos hermanos, lo somos a lo Caín y Abel. Hermanos, para quitarle su vaca al pobre, y envenenarle el perro al vecino. Hermanos, para seducirnos mutuamente las mujeres y engañarnos las hijas. Hermanos, para hacer alarde de las desgracias ajenas, y fisga de las necesidades. Hermanos, para confiarnos secretos con más holgura, y echarlos en la calle a la primera oportunidad. Hermanos, para levantarnos quimeras y darnos de torniscones. Hermanos, para morirnos de ira, de envidia, venganza, y andarnos bebiendo la sangre, cuándo a gritos escandalosos, cuándo en silencio a la sorda.
El que no es víctima es verdugo, ya lo dijo un gran poeta. La quijada del asno es nuestro tirso, nuestro caduceo: somos emisarios de paz, y sembramos la discordia; hablamos de fraternidad, amor, y nos echamos las manos a las barbas, y nos agarramos con los dientes. A cuál de nosotros no podría preguntarnos el Señor: Caín, ¿qué has hecho de tu hermano? Señor, respondería uno, le maté con haberle quitado su esposa. Señor, diría otro, le maté con haberle vendido un secreto. Señor, diría éste, le maté robándole un caballito con que ganaba la vida. Señor, diría ése, le maté imputándole una acción que no había efectuado, un propósito que no había tenido. Andad, malditos, respondería entonces el Señor, yo os puse en el mundo para vuestra dicha, y vivís empeñados en cultivar y extender vuestra felicidad.
No tan insigne guerrero como los grandes capitanes que ganan batallas, pero yo también peleo y he peleado. He peleado por la santa causa de los pueblos, como el soldado de Lamennais; he peleado por la libertad y la civilización; he peleado por los varones ilustres; he peleado por los difuntos indefensos; he peleado por las virtudes; he peleado por los inermes, las mujeres, los amigos; he peleado por todos y por todo. El que no tiene algo de Don Quijote, lo vuelvo a decir, no merece el aprecio ni el cariño de sus semejantes.
He desollado verdugos, he desollado viles, he desollado tontos mal intencionados, he desollado ingratos, y, gracias a Dios, a justo título soy un monstruo. A mí también me han desollado con mano torpe, inhábil; pero yo no dejo mi piel; me la echo al hombro, y, como San Bartolomé, salgo muy fresco, porque un rocío celestial me baña en lo vivo, y destruye los ardores de esa inmensa llaga

Juan Montalvo
tomado de "Las Catilinarias"